viernes, agosto 04, 2006

OPINION


ERNESTO ESCAPA
Seduce Pereira
La trilogía de escritores que protagonizó nuestro León de las nostalgias y un buen rato antes y después la integraban Crémer, Pereira y Gamoneda. No había relevos en aquel parnaso que lo mismo dictaminaba el concurso de villancicos del Nuevo Recreo Industrial que declamaba versos a gollete en la alameda de Villafranca. Es lo que hubo y fue lo que tuvimos, felizmente. Un poeta curtido en todas las batallas, como Crémer, y dos escritores de pujante madurez. El cura Lama acababa de morir y Paco Herrero se había vencido hacia la asonancia de la rima popular, mientras Nora profesaba en Berna y Gaspar Moisés oscilaba entre la toga y la venta de cestos en su tienda de la plaza del Conde. En aquel escenario provincial Pereira fue emergiendo como un consumado seductor. Sin ruido ni alharaca de premios altisonantes, hizo una obra zurcida con monástica paciencia.
Antonio Pereira es villafranquino del veintitrés, así que ya ostenta el privilegio de los venerables. Aunque tuvo la cautela de empezar a publicar cumplidos los cuarenta: primero versos, luego cuentos y más tarde novelas. Autor de cinco libros de poesía, espigados en un par de antologías personales, publicó tres novelas: la última y más valiosa, País de los Losadas. Como cuentista, ocupa el pedestal de clásico y obtuvo los premios Leopoldo Alas, Fastenrath y Torrente Ballester. Dos antologías de relatos reúnen lo mejor de Pereira: Cuentos para lectores cómplices, en Austral con prólogo de Gullón, y Me gusta contar. En la narrativa breve Pereira exhibe una singular destreza para destilar asombros en su pupila de viajero que ha tocado todos los cabos. El humor del noroeste, la tierna ambigüedad, la confidencia coloquial y un entrevelado erotismo incentivan sus escenarios narrativos.
Meteoros reúne y pone en valor la poesía total de Pereira. El volumen, editado recientemente por Calambur, añade al fluir de los versos la confidencia esclarecedora del maestro que a estas alturas las sabe todas. Un epílogo ricamente surtido de noticias y reflexiones titulado El poeta hace memoria. En los sesenta Pereira publica sus tres primeros libros del género. Poesía de los oficios familiares, de los viajes cercanos, de la amistad derramada, de la nostalgia y el entrañamiento. Dibujo de figura ofrece signos de un tono crítico imprevisto: «Ya sabía que un muerto no es gran cosa / en una edad de tapias y cunetas». La depuración expresiva, la cadencia narrativa y coloquial, la renuncia a la rima, parecen conducir al silencio del poeta. Luego reunirá los cuatro libros publicados, con dos series de poemas inéditos, en el volumen antológico Contar y seguir. Ahí aparece Memoria de Jean Moulin, héroe de la resistencia. A mediados de los noventa inaugura con Una tarde a las ocho la colección Calle del Agua, una de tantas seducciones de Juan Carlos Mestre, en la que celebra sus jubilosas Prescripciones del Vino. Viva voz abrocha el volumen con una miscelánea de apuntes, complicidades y tributos de amistad.
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