jueves, marzo 16, 2006


Juan Carlos Mestre publica 'Cuaderno de Roma', un libro de ilustraciones realizadas en su estancia como becario en Roma
FULGENCIO FERNANDEZ -LEON.—el mundo-la cronica
«Toda forma de arte es un acto de desobediencia civil ante la estricta norma establecida». Es una de esas frases rotundas de Juan Carlos Mestre, el poeta villafranquino establecido permanentemente en la resistencia ante casi todo: ante el poder, ante las modas, ante la norma, ante los géneros, ante el conservadurismo que está convencido que estamos viviendo. «Vivimos un periodo totalmente conservador; por eso mantengo que todo arte es un acto de desobediencia frente a la norma, en este país desde la cultura dominante no se ha asumido algo fundamental como son las esencias de las vanguardias, que estriba en la actitud crítica de esos movimientos. Yo asumo la tradición desde la vanguardia y desde la desobediencia estética, ética y civil. Vivimos tiempos conservadores en que se desprecia cuanto se ignora».
No le gustan los encasillamientos, por ello también es complicado encasillar su último trabajo, 'Cuaderno de Roma', un precioso volumen de ¿ilustraciones? nacidos durante su estancia como becario en la Academia Española en Roma. «Es difícil definir este 'Cuaderno de Roma' como el diario de un viajero, porque ello asusta al mismo autor. Primero, por huir de esta moda que nos asola en el que las postales de viaje parecen ser lo único válido que pudiera haber en éste género, mientras se apuesta por una suerte de pensamiento demasiado reconocible en la casa de las letras. Segundo, porque nunca se ha querido hacer precisamente eso, literatura, disciplina ésta que desborda los límites de un pintor amante de las letras, pero zafio como escritor. Entiéndase con ello tanto la disculpa como el conato de enredo al posible lector en el ovillo puramente intimista de alguien que, en lugar de los pinceles, trata de utilizarlo como sugerente prueba de artista y como expresión paralela de la mano hermana, de esa mano que pinta».
Son sus explicaciones. En ellas acude como 'referente moral' a Antonio Gamoneda, el gran defensor de la inexistencia de los géneros. «Cuando me enfrento a la obra plástica lo hago desde otro género, no desde la conciencia de hacer algo sólo gráfico o añadiendo textos de escritura sino desde un lugar de la conciencia; y es que lo más importante no es la forma de las obras sino el contenido y el espíritu. Así igual que asumo a Gamoneda, también me uno a los conceptos de Kandisky y Klee pues la conciencia que pervive tras el acto creativo es superador del acto de la forma misma, hay que conjurar los peligros de una falsa popularización de las corrientes estéticas».

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